El hombre más poderoso de la tierra, el emperador Carlos V, señor de medio mundo entonces conocido, eligió estas tierras para buscar la paz y el descanso de los últimos días de su vida. Y en ella murió, en el Monasterio de Yuste.
Entre la enorme hilera de picachos que se suceden desde los 2.596 metros del Almanzor, hasta los 2.400 mt. de La Covacha o los 1.813 mt. del Tormantos, se descuelgan un número incalculable de gargantas en busca de la orilla del río Tiétar, principal curso fluvial de La Vera. Las gargantas son muchas y variadas, pero todas estrechas, vertiginosas y salvajes. Al principio, en las alturas, los riachuelos comienzan a dejarse llevar por la gravedad de manera acelerada, ayudados por las fuertes pendientes, pero pronto el agua comienza a remansarse en las pozas de alta montaña, que tanta y tan merecida fama han dado a La Vera, para acabar siendo el protagonista de los cultivos de las tierras bajas, muy cerca ya del Tiétar. Las pozas, de agua tan fría como pura y cristalina, son un elemento del paisaje que cobra especial protagonismo en estos ríos trucheros, y a las que me atrevería a catalogar como las más bellas de España. Cascadas de todas las formas, alturas y tamaños no hacen sino acrecentar aún más la belleza plástica de la garganta, comunicando las pozas como las cuentas de un rosario.
En estos parajes la cabra montesa se mueve a sus anchas, y no es difícil observarla junto al río, refrescándose al caer la tarde o a primera hora de la mañana. Las gargantas de Minchones, Gualtaminos, Alardos, Cuartos, Jaranda, San Gregorio y Garganta la Olla son las más renombradas y espectaculares, pero todas son el resultado de la fusión de pequeños barrancos que, muchos metros arriba, desembocan en sus hermanas mayores, las que atravesamos por la carretera principal de la comarca.
El escenario elegido para tanta espectacularidad no puede ser mejor, la vertiente meridional de la Sierra de Gredos. La Vera es en realidad la continuación natural del abulense valle del Tiétar, y como éste, disfruta de un microclima especial que posibilita el crecimiento de alcornoques y palmeras, además de proliferar las plantaciones de todo tipo de frutales y de algo tan exigente como el tabaco. Maíz, pimiento, cacahuete y frambuesa son otros de los productos cultivados por las sabias manos de los veratos. El roble, no obstante, es el patriarca arbóreo de la comarca.
Los romanos ya escogieron La Vera para asentarse durante siglos y sus huellas en forma de puentes y calzadas así lo atestiguan. Puentes airosos o humildes que, ubicados en el lugar exacto, se han aliado con la naturaleza para conformar rincones de especial belleza y armonía.
Los pueblos se sitúan a media altura, como queriendo escapar de las nieves de las cumbres y de los calores de los valles. Su peculiar arquitectura tradicional y el irregular y asimétrico trazado de las calles y plazas fue magistralmente definido por Miguel de Unamuno: "Las casas, de trabazón de madera con sus aleros voladizos, sus salientes y entrantes, las líneas y contornos que a cada paso rompen el perfil de la calleja, dan la sensación de algo orgánico y no mecánico, de algo que ha hecho por sí, no que lo han hecho los hombres. La calleja se retuerce y no se ve de un extremo a otro. No es un canal de curso recto, es más bien como el curso de un río que fuera culebreando. Y se siente la intimidad de la sombra.". En el centro de las retorcidas calles, que tan bien describiera Unamuno años atrás, destaca la acanaladura central excavada para encauzar los riachuelos de agua que recorren el pueblo los días de lluvia. Auténticos ríos de agua que ven aumentado su "caudal" por la ubicación de las poblaciones, a la salida de las empinadas gargantas.
Desde La Vera Alta hasta La Vera Baja, camino de Plasencia, los pueblos se van levantando uno a uno en lugares de insospechada singularidad. El emplazamiento de ensueño de Madrigal de la Vera, El Guijo de Santa Bárbara o Garganta la Olla, la importancia histórica de Jarandilla, Cuacos o Jaraiz y la conservada arquitectura de Villanueva, Garganta la Olla o Valverde, además del resto de encantadores pueblecitos de la comarca, hacen de La Vera uno de los valles con más "tirón" de Extremadura.