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Medio olvidada en una carretera comarcal, por Jorquera se pasa casi sin darse cuenta. Se suele ir pendiente de la espectacular garganta que el río Júcar ha formado a lo largo de los siglos y no se mira hacia lo alto.
Dicen aquí que cuando los moros tuvieron que abandonar en manos cristianas este hermoso lugar de la hoz del Júcar, se lamentaban porque lo dejaban 'mejor que era'; y con el nombre de Jorquera acabó quedándose el pueblo. La verdad es que al contemplar la villa desde el lugar conocido como Los Moros, cual si de una vista aérea se tratase y con el verde cauce del Júcar rodeándola, es fácil creer en el lamento de los agarenos.
Los romanos, que la llamaron Saltiga, supieron ver su interés defensivo y construyeron un puente y una calzada. Pero todo el esplendor de Jorquera llegó con los árabes, que la amurallaron, y con la Reconquista, que la engrandeció. De su pasado conserva una monumental iglesia, murallas, numerosos escudos y la torre (restaurada recientemente) de la Reina Blanca, una hermosa dama raptada del castillo. La torre fue levantada por orden del enigmático marqués de Villena, con lo que cualquier historia, por extraña que parezca, podría ser creíble. En el escudo de la villa figuran un águila y una torre, de los cuales un cronista de tiempos de Felipe II decía que no se conoce su origen.
Jorquera es pueblo paisajisticamente muy bello, que vive de la agricultura, y abandonado desde el punto de vista turístico. La rica huerta del Júcar ha hecho que proliferen los pueblecitos muy cerca unos de otros, aunque con las numerosas curvas de la carretera parecen más distantes. Todas las paredes del barranco están llenas de inaccesibles cuevas excavadas en la propia roca. Nadie parece saber quienes las habitaron y el hallazgo en algunas de ellas de huesos de mastodonte ha incrementado el interés. De las más espectaculares es la del Cerro de la Horca, situada en medio del farallón, en una zona sobrevolada por halcones.
La única manera de entrar en ella, como en casi todas, es descolgarse con cuerdas desde lo alto, al igual que debían de hacer sus primitivos habitantes. La más famosa de todas las llamadas cuevas de moros sirvió de vivienda al mítico rey Garadén ( la palabra Garadén significa 'cueva' en árabe) y es de los pocos ejemplos en nuestra Península de cueva fortificada. No podían faltar en ellas historias de tesoros escondidos incrementadas, sin duda, por el hallazgo en el pasado S. XIX de una orza llena de monedas de oro en las cercanías.
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